«El amor es un misterio»
« En aquel tiempo, los once discípulos marcharon a Galilea,
al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin
embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo
poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las
gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
Mt 28, 16-20
Escucho con frecuencia decir «no puedo explicar por qué amo
a esta persona». Es verdad que no podemos afirmar que en todos los casos un
hecho como este sea sano o saludable, pero en su mayoría el amor auténtico que
podemos tener por alguien en algún momento pierde la lógica. Por eso no resulta
extraño oír que alguien está «loco de amor» o «enloqueció de amor».
La Santísima Trinidad es un misterio de amor que nos ayuda a
reflexionar y profundizar en el misterio del amor que nos tenemos unos a otros.
Existen tres dimensiones en el corazón humano que pueden ayudarnos a comprender
el amor que existe en la Santísima Trinidad.
La primera dimensión del amor en el corazón humano nace de
la certeza de sentirnos amados. El amor, en primer lugar, «se recibe». No
existe realidad más fundante en nosotros que sabernos y sentirnos amados.
Jesús, se sentía amado por su Padre.
«Como el Padre me amó así yo los
he amado ». (Jn 15, 9). La experiencia de ser amado por otro es un signo de
generosidad. Sentirse querido, amado, deseado por otro es una de las
experiencias más fuertes y significativas que estructuran incluso el psiquismo
humano. El amor es un don de Dios que llega a nosotros sin mérito de nuestra
parte. Aun cuando nuestro comportamiento pareciera rechazar ese amor, Dios lo
seguirá entregando infinitamente. Porque así como experimentamos el amor de
otros sin que lo hayamos cultivado antes, de la misma manera, Dios está
“empecinado” en amarnos hasta el fin. El amor que se recibe gratuitamente es de
una calidad y profundidad superior al que pretendemos ganar o comprar por medio
de nuestros méritos. El amor «comprado» es agua en nuestras manos, que se
escurre lentamente y desaparece. No podemos obligar a los demás a que nos amen
sino aceptar o rechazar el amor que nos pueden dar.
La segunda dimensión es que el amor «nos hace vivir». Esta
es la primera y gran conquista que el hombre debe alcanzar. Vivir en el amor es
estar unificado internamente. Significa amarse a sí mismo, que no tiene nada de
egocéntrico. Y amar a los demás. Amarse a uno mismo es aceptar la condición
humana frágil y limitada. Cuando el amor reposa primero en nosotros, vivimos
con paz interior y sólo entonces podemos amar a los demás. Amor, es aceptación
y no resignación. Amar lo que somos significa reconocer nuestra condición de
hijos de Dios. Amar como somos es reconciliar la propia historia de fragilidad
y pecado y comenzar un camino de conversión. Si no vivimos primero el amor
hacia nosotros mismos difícilmente podamos vivirlo fuera de nosotros. No
podremos amar en verdad a los demás, si antes no hemos aprendido a ser
comprensivos y compasivos con nosotros mismos.
Y la tercera dimensión es que el amor «se ofrece». “Nadie
tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn 15, 13). Cuando
sentimos que podemos amar y entregar amor a otros, es porque primero estamos en
paz con nosotros mismos, y hemos experimentado profundamente la aceptación y el
amor de los demás. Cuando nos reconciliamos con nosotros mismos podemos ofrecer
amor a otros. Tenemos que liberarnos de la pretensión de que el amor del otro
colme todas nuestras necesidades afectivas y llene todos nuestros vacíos.
Porque el amor humano es limitado. No seremos felices porque recibamos amor,
necesitamos también dar amor. Ofrecer amor a otros de manera gratuita. Ahí se
completa el dinamismo amoroso y saludable. Quien pretenda que el otro «me ame»
como yo quiero no encontrará paz y como consecuencia, no sabrá gustar del amor
que el otro puede dar.
En la Santísima Trinidad existe un dinamismo amoroso que nos
ayuda a orientar el amor humano: sentirnos amados para vivir en el amor y
ofrecer el amor que hemos recibido,
Pidamos a Dios la gracia de entender la magnitud de su
mensaje y de asumir con responsabilidad, que nuestra vida cobra sentido cuando
podemos disfrutar del amor libremente.
P. Javier Rojas sj
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