No es
cuestión de regodearse en el dolor, ni de permanecer allí atenazados y mustios.
Pero sí es importante reconocer en el
dolor, a un gran maestro.
En
ocasiones, la desolación golpea a nuestra puerta desestabilizándonos y confundiéndonos. Las horas
amargas parecen eternas y nos dejan
exhaustos. Sin embargo no son infértiles, ya que suelen traernos enseñanzas que
de otro modo no registraríamos
El dolor nos
enseña a "soltar", a "no controlar", a ser "solidarios
y empáticos", a “crecer” como personas y a “cambiar”.
Las crisis,
las enfermedades, las heridas pueden ser las instancias, que nuestro espíritu
necesitaba para su evolución y madurez. Sin embargo, ¡qué duro es transitar el
dolor! ¡Y qué paradoja es reconocer que en las
crisis es cuando más aprendemos!
Lo
importante es no anestesiar el dolor, no bloquearlo (aunque sea la tentación
inmediata). Atravesarlo, como si fuera nuestro Huerto de los Olivos. No resistirse a los sentimientos de tristeza
y, aunque sea muy fuerte, sabernos en un
pozo… Dejar fluir la furia, el desgarramiento interno, el temor y la angustia…
Si hacemos
este camino de aceptación del dolor, y logramos completar el duelo, si lloramos
todas las lágrimas que necesitamos para
limpiar el alma, si nos abandonándonos en Dios, aunque despotriquemos por las
circunstancias, si buscamos las ayudas humanas y no las rechazamos… la paz llegará. Más tarde o más temprano…
Confiemos en
que el Señor enjugará nuestras lágrimas y atravesará con nosotros las oscuras
quebradas, insuflándonos las fuerzas para levantarnos y seguir adelante.
@Ale Vallina
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