La esperanza es, ante todo, un saber aguardar en Dios. Es confiar aunque no se vea el horizonte y el suelo se mueva bajo nuestros pies.
La esperanza, según algunos, es la madre de la paciencia. No sorprende que esto sea así, porque cuando “esperamos en Dios” confiamos en fuerzas y en tiempos que no son los nuestros. Debemos calmar ansiedades, detener pensamientos vertiginosos y dar un salto atemporal, que en ocasiones amedrenta.
Sin embargo, cuando logramos abandonarnos en la Providencia Divina, es como si abriésemos las manos y, a modo de alas, volásemos seguros. Es expandir nuestro corazón de tal modo que puedan caber allí las horas, los días o los años que Dios quiera…sabiendo que su voluntad es perfecta y sus tiempos también…
@Ale Vallina
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