Tener identidad
13
Llegó entonces Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo
bautizara. 14 Juan quería impedírselo, diciendo: "Soy yo quien
debería ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?". 15 Pero
Jesús le contestó: "Permítelo así; porque es conveniente que de este modo
cumplamos las disposiciones divinas". Entonces Juan se lo permitió. 16
Apenas bautizado Jesús, salió en seguida del agua; y en esto se abrieron los
cielos y vio al Espíritu de Dios descender, como una paloma, y venir sobre él, 17
mientras de los cielos salió una voz que decía: "Éste es mi Hijo amado, en
quien me complazco".
Mt 3,
13-17
¿Te ocurrió alguna vez que al levantarte por la mañana sentiste ganas de expresar cariño a los demás? ¡Ganas de amar más y ser mejor persona! Algo parecido a «sentir necesidad» de comunicar a tus seres queridos cuánto los quieres y los necesitas. En esos días sientes que estás en comunión con toda la creación. Como si todo nuestro ser estuviera armonizado por una fuerza de amor y de gratitud. Son momentos especiales en que percibes que tienes “más” amor que de costumbre.
No me refiero a los momentos en que te sientes
bien porque no tienes problemas con nadie, o porque no existen preocupaciones
por las que alarmarte. No. Me refiero a ese
“plus” de amor que se extiende a los demás, a los “ajenos”, a los que no
pertenecen al entorno familiar, independientemente de si tienes problemas
pendientes que resolver. Cuando esto acontece te sientes bien por dentro y ves
la realidad de manera muy diferente a la de costumbre.
Es como si “algo” se hubiera apoderado de ti
y te hiciera hacer cosas que comúnmente no harías. Hace que te expreses y te
comportes de manera “extraña”, o al menos, así lo perciben los demás.
Pero, ¿Te ha pasado alguna vez que no te
“soportas” ni a ti mismo? Esos días en que parece que el mundo entero está
confabulado en tu contra? Todo sale mal. Percibes que te irritas por cualquier
cosa y, ante el menor detalle, “explotas”… Incluso tú mismo te notas “extraño”.
Como si estuvieras molesto por algún motivo concreto. Aún si lo tuvieras, no
parece ser suficiente para tamaña reacción.
Tanto en una como en otra situación los demás
quedan sorprendidos. A veces están más habituados a vernos de mal humor, pero
incluso en esos momentos nos observan como si no nos reconocieran.
Se preguntan ¿qué le pasó? O ¿qué le ocurre?,
o en el mejor de los casos ¿Qué “bicho” le ha picado?. En realidad, ha ocurrido
algo.
Creo, personalmente, que cuando una persona
siente que posee ese sentimiento de amor por los demás, cuando percibe ese
deseo de ser bueno a raíz del “plus” de
amor que experimenta, es porque ha recuperado su identidad. Sí, su identidad
más honda. Ese amor que siente por dentro es su verdadera identidad, la que tal
vez estaba perdida y ha recuperado. El amor nos dice quiénes somos y a qué
estamos llamados.
El amor da identidad y misión en la vida.
Otorga un sentido a la propia existencia.
Cuando nos ocurre esto dejamos de compararnos
con los demás. Olvidamos o situamos los problemas en el lugar adecuado. Miramos
a los demás con mayor benevolencia y sin ánimo de exigir ni criticar nada. Es
como si la identidad recuperada nos ofreciera un nuevo modo de mirar a los
demás y la realidad, y comprenderlos.
En la escena del bautismo de Jesús se oye una
voz que dice; “Éste es mi Hijo muy querido”. Estas palabras son las que nos
hacen recuperar nuestra verdadera identidad. Cuando dejamos de oír otras voces
que pretenden decirnos quiénes somos, y prestamos oídos a la voz de Dios,
nuestra existencia cambia por completo. Sentirse hijo amado de Dios no es un
premio, es parte de nuestra condición humana. Fuimos creados en el amor, por
amor fuimos redimidos, y en el amor
somos conducidos y cuidados.
Si perdemos nuestra identidad de hijos amados
de Dios, vamos por la vida “vagando” sin rumbo fijo, pidiendo a todos que nos
digan quiénes somos.
La fiesta del Bautismo de Jesús, es una
invitación a reflexionar sobre la propia identidad. Tu identidad es la de ser
amado por Alguien. Eres amado por Dios, y en ello radica tu identidad y tu
misión en la vida; aprender a amar a los demás.
Deja
que Dios pronuncie también sobre ti aquellas mismas palabras que dirigió a
Jesús. Siente sus palabras en ti y deja que ellas inunden todo tu ser. Deja que
el Amor te posea por completo. Y verás cuán bello es vivir sabiendo quién eres
y cuál es tu misión.
P. Javier Rojas, sj
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