Orientar la propia vida
« 35 El pueblo estaba de pie mirando, y
aun los gobernantes se burlaban de él, diciendo: --A otros salvó. Sálvese a sí
mismo, si es el Cristo, el escogido de Dios.
36 También los soldados le escarnecían, acercándose,
ofreciéndole vinagre 37 y
diciéndole: --Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. 38 Había también sobre él un
título escrito que decía: ÉSTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS. 39 Uno de los malhechores que
estaban colgados le injuriaba diciendo: --¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti
mismo y a nosotros! 40
Respondiendo el otro, le reprendió diciendo: --¿Ni siquiera temes tú a Dios,
estando en la misma condenación? 41
Nosotros, a la verdad, padecemos con razón, porque estamos recibiendo lo que
merecieron nuestros hechos; pero éste no hizo ningún mal. 42 Y le dijo: --Jesús, acuérdate
de mí cuando vengas en tu reino. 43
Entonces Jesús le dijo: --De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el
paraíso.»
Lc 23, 35-43
Nadie viene al mundo con una vida construida
o un camino elegido. No traemos manual de instrucciones ni recomendación alguna
de cómo aprovechar mejor nuestra vida. Y aunque podemos recibir consejos de los
que nos rodean, nada garantiza que lo tomemos enserio o lleguemos a seguirlos.
Tampoco nadie nace inculto o genio, imprudente
o sabio, pero llegamos a convertirnos en tales, según el camino que elijamos.
Pero si venimos al mundo con libertad. Con
libertad para construir o destruir. Con capacidad para edificar una vida sobre
roca firme o para pasar nuestros días flotando en la superficialidad sin
comprometernos en nada. Llegaremos a ser lo que hemos sabido elegir, o la
postura que hayamos tomados frente a las situaciones que «simplemente
sucedieron».
Jesús no vino al mundo con un GPS (Global Positioning System)
que le indicara qué camino elegir. Lo
descubrió como cualquiera de nosotros y cuando lo hizo se mantuvo en él hasta
la muerte.
¿Cuál fue el camino que descubrió Jesús? ¿Cuál
fue su vocación? En primer lugar, descubrió
que necesitábamos conocer el rostro compasivo y misericordioso de Dios. Nos
hizo conocer el amor incondicional que nos tiene su Padre, y se encargó de
convencernos de que «nada de lo que hagamos hará que Él nos ame menos».
Pero también nos enseñó cuál es el mayor
desafío que debemos enfrentar en nuestra vida. Nos mostró que el que piensa
distinto no es nuestro enemigo. Que el extranjero debe ser acogido con
benevolencia, y que cualquier persona debe ser respetada como tal porque
también ella es hijo de Dios. Pero sobre todo, nos mostró que donde se encuentran nuestros verdaderos
enemigos es en nuestro mundo interior.
¡Todos tenemos defectos que mantener «a raya»!,
pero nuestra vida espiritual no consiste en obsesionarnos en quitarlos todos
uno a uno, porque la vida es mucho más que eso.
Hemos de aprender sobre todo a ser humildes y
sensatos. Tal vez logremos quitar algunas aristas de defectos, pero resulta más
importante saber reconocerlos y pedir perdón si ofenden o hieren a otros. No
debemos creer que «siempre» tenemos la razón, y que consultar o pedir opinión
no nos hace débiles, sino sabios y prudentes.
Los verdaderos discípulos de Cristo Rey son
aquellos que construyen el Reino de Dios a ejemplo de Jesús, tendiendo la mano
al que sufre, regalando esperanzas, cuidando de los más débiles.
Jesús nos enseñó que el gran desafío que tenemos
que enfrentar como seres humanos es a no perder por completo aquello que nos
hace verdaderamente hombres: la capacidad de amar en su doble vertiente -a
nosotros mismos y a los demás-, hasta la entrega total. Esta fue su vocación y
este fue el camino que siguió hasta la muerte.
No te ocupes solo de quitar cizaña de tu
corazón, ni andes preocupado por quitar la pelusa del ojo ajeno, ocúpate más
bien de quitar la viga que llevas en el tuyo y en sembrar el trigo de amor y
compasión.
Evita andar por la vida con el alma herrumbrada
y corroída por la avaricia y envidia, pero sobre todo no dejes de ofrecer perdón
y libera tu corazón de resentimientos y reproches.
Recuerda que tu peor enemigo será siempre la
mentira que te dices a ti mismo, y que la única manera de vencerlo será siempre
vivir en la verdad. Por ello dijo Jesús en su evangelio «la verdad los hará
libres» (Jn 8, 32). Siempre que
arrojemos luz de verdad sobre nuestra vida seremos libres, de lo contrario
viviremos esclavos de la ilusión y de la fantasía.
Reconocer a Jesús como Rey del Universo, es
reconocerlo como Señor de nuestra vida. Es ver en su vida el modelo de
realización del hombre y la manera concreta de amar a Dios.
Pidamos a Jesús, Rey del Universo, que nos
ayude a conquistar el propio terreno interior, donde nuestro Padre Dios, quiere
hacer su morada santa…
P.
Javier Rojas sj
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