«Cerrar los ojos para ver»
« Les refirió también una parábola acerca de la necesidad de
orar siempre y no desmayar. Les dijo: "En cierta ciudad había un juez
que ni temía a Dios ni respetaba al hombre.
Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él diciendo:
'Hazme justicia contra mi adversario.'
Él no quiso por algún tiempo, pero después se dijo a sí mismo: 'Aunque
ni temo a Dios ni respeto al hombre, le
haré justicia a esta viuda, porque no me deja de molestar; para que no venga
continuamente a cansarme.'"
Entonces dijo el Señor: "Oíd lo que dice el juez injusto. ¿Y Dios no hará justicia a sus escogidos que
claman a él de día y de noche? ¿Les hará esperar? Os digo que los defenderá pronto. Sin
embargo, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" »
Lc. 18, 1-8
Seguramente muchos de ustedes han visto con sus hijos,
sobrinos o nietos la película de Tarzán de la productora Disney. En ella hay
una escena que revela, de manera maravillosa, el mirar y el sentir de una
madre.
En una escena Tarzán se encuentra a orillas del lago con la
cara cubierto de barro luego de haber discutido con Kerchak, el gorila macho de
la manada. En ese momento llega su madre y entablan un diálogo precioso.
-Tarzán, ¿qué haces?
-¿Por qué soy tan diferente?- Dice Tarzán
-¡Por qué estás cubierto de lodo, por eso!- Le responde la
madre
-No, Kerchak dice que no pertenezco a la manada…
-Cierra la boca (y le limpia la cara de barro)
-Kerchak dice que no pertenezco a la familia
-No importa lo que diga Kerchak. … Pero, quédate quieto
-Pero mírame… -dice Tarzán
-Te miro Tarzán y … ¿sabes lo que veo?. Veo dos ojos como los míos, y una nariz en
alguna parte, ah… aquí. Dos orejas. A ver ¿qué más?
-¿Dos manos? Dice Tarzán
-Así es… -Tarzán posa sus manos sobre las manos de su madre
y se da cuenta que son muy diferente, entonces la madre le dice..
-Cierra los ojos, olvida lo que ves. ¿Qué sientes? (le
coloca su manito sobre su corazón)
-Mi corazón…
-Ven aquí… -le dice la madre y hace que apoye sus orejas
sobre su corazón
-Tarzán responde: “Tu corazón”…
-¿Lo ves? –dice la madre- Somos iguales… -y se dan un gran
abrazo
Si los hombres contempláramos la realidad que nos rodea y
las situaciones que vivimos con los mismos ojos con los que mira una madre, nos
daríamos cuenta que las diferencias que tenemos con los demás no son tan
decisivas. Si pudiéramos por un instante cerrar los ojos de nuestros
preconceptos y prejuicios, descubriríamos que son más las cosas que nos unen a
los demás que las que nos separan. Existe más comunión entre nosotros de lo que
creemos, pero hemos optado por resaltar
mayormente nuestras diferencias.
Así es como mira una madre. Las diferencias que existen sólo
hace de sus hijos personas únicas, pero existe entre ellos mucha más comunión.
Si buscas la comunión sabiendo que las diferencias enriquecen y hacen único a
cada persona, seguramente tendrás paz.
Si lográramos mirar la realidad buscando más lo que nos une
que lo que nos diferencia estaríamos haciendo nuestra la mirada de nuestra
madre. Es verdad que la felicidad no radica en borrar las diferencias ni en
talar defectos personales. Pero también es cierto que ya existen demasiadas
personas dedicadas a buscarlas y combatirlas.
Muchas personas se pasan la mayor parte de su vida
combatiendo las diferencias con los demás. Es cierto que esas diferencias
pueden ser defectos que deben corregirse, pero me pregunto si no sería más
noble cultivar nuestras virtudes. Estoy seguro de que si afianzamos una mirada
amable sobre los demás, los defectos propios y los ajenos se irán desvaneciendo
por sí mismos con mucha mayor facilidad que si nos pasáramos frunciendo el ceño
todo el tiempo ante cada defecto.
Se puede educar a un hijo de dos maneras; o enseñándoles a
centrarse en los defectos propios y ajenos, o ayudar a que aprenda a descubrir
la virtud que debe construir y cultivar en los otros y en sí mismo.
Me gusta encontrarme con personas que miran las diferencias
e incluso los defectos con mayor amplitud de conciencia. Porque no van por la
vida con la espada de justicia impartiendo castigo a su antojo, sino que más
bien marchan con el cincel en la mano dispuestos a descubrir la figura más
bella oculta detrás de lo duro de un defecto. A estas personas no les asusta
mirar la realidad cara a cara porque han aprendido a ver con los ojos cerrados
a los prejuicios.
Las personas que se quedan con la primera impresión de los
demás, es porque no han tenido a nadie que les enseñe a descubrir el tesoro y
la belleza que el ser humano lleva por dentro. Por eso juzgan apresuradamente y
son muy críticos. En gran parte, la tarea de una madre es ayudar a que sus
hijos descubran la riqueza de su interior, para que aprendan también a
descubrir la belleza que vive en el prójimo.
Una madre puede ver su tarea concluida, cuando logra que sus
hijos aprendan a aceptar las diferencias de los demás sin necesidad de salir a
combatirlas. Cuando les ha enseñado a salir de sus propios criterios para
entrar en la piel del vecino antes de juzgarlo anticipadamente.
Madre es aquella que ha transmitido a su hijo la capacidad
de ver oportunidad donde los demás se empecinan en ver fracaso. Madre es quien
ayuda a que sus hijos se esfuercen por lo que quieren y luchen por ello, pero
además les enseña a descubrir la mano de Dios en todo lo que viven.
Madre es aquella que sabe callar, que guarda muchas cosas en
su corazón, y que en lugar de comparar a sus hijos entre sí, los alienta en su
diversidad para que encuentren su destino.
Pidamos a Dios la gracia de que nos ayude a tener esos ojos
de madre que nos permitan ver el mundo en el que vivimos desde el amor y la
compasión.
P. Javier Rojas sj
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