Me parece que la primera cosa que tendríamos que enseñar a todo hombre
que llega a la adolescencia es que los humanos no nacemos felices ni infelices,
sino que aprendemos a ser una cosa u otra y que, en una gran parte, depende de
nuestra elección el que nos llegue la felicidad o la desgracia. Que no es
cierto, como muchos piensan, que la dicha pueda encontrarse como se encuentra
por la calle una moneda o que pueda tocar como una lotería, sino que es algo
que se construye, ladrillo a ladrillo, como una casa.
Habría también que enseñarles que la felicidad nunca es completa en este
mundo, pero que, aun así, hay raciones más que suficientes de alegría para
llenar una vida de jugo y de entusiasmo y que una de las claves está
precisamente en no renunciar o ignorar los trozos de felicidad que poseemos por
pasarse la vida soñando o esperando la felicidad entera.
MARTIN DESCALZO
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