La resurrección de
Jesús, es también para cada uno de nosotros. Nos permite a los que creemos en
Él y hemos recibido al Espíritu Santo, ser testigos del amor y de la verdad por
nuestras palabras, pero sobre todo por nuestra vida; nos permite realizar actos
humanamente imposibles: amar a nuestros enemigos, desear el bien a aquellos que
no nos lo desean o que nos odian; orar por los que nos persiguen; compartir con
los más frágiles; tomar con Jesús un camino de humildad. Amar con paciencia y
bondad aquellos que son diferentes o que nos fastidian. Acoger a los más pobres
y ver en ellos una presencia de Jesús, lavándonos los pies unos a otros. Dejar
nuestras seguridades para recibir una nueva seguridad interior. Dejarnos
conducir por el Espíritu Santo, de quien no sabemos ni de dónde viene, ni a
dónde va (Juan 3,8).
La resurrección es
fuente de vida nueva; ella es nuestra resurrección que se realiza a través de
nuestra pobreza. Estar resucitados es estar liberados de nosotros mismos para
seguir a Jesús y servir a los que nos da. Es dejarnos conducir por el Espíritu
Santo y entregarle nuestras vidas.
Jean Vanier
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