« Puesto que muchos han intentado poner en orden un relato acerca de las cosas que han sido ciertísimas entre nosotros, 2 así como nos las transmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra, 3 me ha parecido bien también a mí, después de haberlo investigado todo con diligencia desde el comienzo, escribírtelas en orden, oh excelentísimo Teófilo, 4 para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido. 14 Entonces Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y su fama se difundió por toda la tierra de alrededor. 15 Él enseñaba en las sinagogas de ellos, y era glorificado por todos. 16 Fue a Nazaret, donde se había criado, y conforme a su costumbre, el día sábado entró en la sinagoga, y se levantó para leer. 17 Se le entregó el rollo del profeta Isaías; y cuando abrió el rollo, encontró el lugar donde estaba escrito: 18 El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos 19 y para proclamar el año agradable del Señor. 20 Después de enrollar el libro y devolverlo al ayudante, se sentó. Y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. 21 Entonces comenzó a decirles: --Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos. »
Lc 1, 1-4; 4. 14-21
Cuando un proyecto externo (pareja, trabajo, estudio, etc)
se pierde, se quiebra o se desinfla surge un profundo anhelo por la
interioridad. Pareciera que el fracaso, por llamarlo de alguna manera, tiene la
capacidad de hacer que el hombre vuelva a poner los pies sobre la tierra. El
dolor, que supone haber fracasado, resulta para muchos un aterrizaje forzoso en
la realidad.
Hay personas a quienes el dolor los lleva a buscar refugio
en los demás para sentirse acompañados, pero hay quienes prefieren apartarse de
todos para “lamerse” las heridas ellos solos. Algunos lo hacen con el fin de
recuperar fuerzas, pero a otros les motiva estar solos porque esperan encontrar
respuestas.
El mundo actual ofrece recetas para todo. Desde cómo
perder kg en menos tiempo a cómo superar el dolor y los fracasos
convirtiéndolos en verdaderos éxitos. Cualquier cosa parece estar al alcance de
las manos. Sólo hace falta un poco de esfuerzo y disciplina para lograr lo que se
desea. La sociedad actual hace creer que todo lo que el hombre necesita está
fuere de él. Lo invita a salir de sí mismo pero no sin antes convencerlo de que
la causa de su infelicidad radica en la carencia de lo que no tiene y que el
mundo ofrece. Resulta así que tanto las cosas como las personas se convierten
en objetos necesarios para llenar los “vacíos” personales.
Hay que reconocer que el ser humano ha crecido en el
conocimiento de su propia capacidad y potencialidad para obtener logros. Es más
consciente de cuán lejos o alto puede llegar cuando se propone algo. Ha
encontrado la manera de ser más eficaz y asertivo, pero sin embargo ha perdido
algo que le impide saborear sus logros. El hombre actual carece de vida interior.
No tiene espacio en sí mismo. Le falta profundidad. Sabe que puede llegar muy
alto pero no encuentra cómo sostenerse.
Es consciente que puede llegar muy lejos, pero tiene dificultades para mantener la marcha. Es inconstante.
Quiere crecer tan alto como pueda, como las copas de los
árboles, pero no tiene suficiente raíces para sostenerse en pie. En pocas
palabras, el hombre actual carece de interioridad, de contacto real consigo
mismo. Se funde con lo que posee, y su valor personal está supeditado a lo que
tiene.
La vida interior da al ser humano hondura y profundidad.
Hoy en día, sin vida espiritual resulta imposible vivir. La solidez de la
propia vida se consigue teniendo cimientos profundos que hundan sus raícen en
el propio ser.
Ejemplos concretos podemos encontrar en el mundo
artístico, deportivo e incluso político. De ese cielo prometedor han caído
muchas estrellas, pero también hemos comprobado cuan sólida puede ser una persona
cuando posee hondura humana. Aquel que guarda su vida interior del aplauso
fácil y de las palabras halagadoras parece tener mayor capacidad para discernir
entre lo bueno y lo que tiene “apariencia” de bueno.
La vida interior requiere trabajo y tiene un coste que
pagar. Pero no todo depende de uno mismo. Necesitamos también “dejarnos hacer”
por Dios. Su Espíritu nos fecunda por dentro y nos conduce en la vida.
Existe una primera regla básica para trabajar la vida
interior; no quedarse en las apariencias. ¿Qué son las apariencias? Creer que
por cumplir algunas normas nos convertimos en personas espirituales o
religiosas. O que por tener nuevos conocimientos, los damos por adquiridos. El hecho está en que sabemos
muchas más cosas que antes, pero vivimos cometiendo los mismos errores.
El cristiano está llamado a aprender el evangelio. ¿Qué quiere decir
esto? No solo a conocer lo que dice o enseña, sino a hacerlo propio. Llevarlo
al interior de la propia vida para que transforme desde dentro todo nuestro
ser. Los criterios del evangelio son los que dan profundidad a la vida humana.
Una segunda regla para la vida interior es saber cultivar. Estamos acostumbrados a encontrar todo lo que
necesitamos en los supermercados o en las estanterías de los almacenes. Listo
para el consumo. Hemos perdido el sentido y valor del tiempo. Nos gustan los
productos terminados y perdimos la noción de lo que significa cultivar.
Incluso, la misma palabra nos pone ansiosos porque ello implica dar tiempo a
que algo crezca y madure.
Al perder el valor del cultivo, hemos extraviado también
el sentido que tiene el esfuerzo, el sudor y en ocasiones las lágrimas. Resulta
más rápido comprar una vida “enlatada”, llenos de estereotipos, que cultivar la propia.
Jesús, es la promesa cumplida del evangelio. Es el hombre
que surge de la tierra del evangelio. Es la imagen del hombre que vive en
contacto con Dios en lo profundo de su ser.
Si el hombre actual no se atreve a vivir el evangelio
fracasará en su intento de ser feliz. Sin vida interior le resultará muy
difícil sostenerse en pie, y pondrá en riesgo sus logros por no haber edificado
sobre roca firme.
P. Javier
Rojas sj
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