La fe que brota de la situación de Dios en la cruz no responde al problema del
sufrimiento con una explicación religiosa a base de por qué tiene que pasar lo que pasa, para que uno lo acepte. Pero tampoco se petrifica en el gesto de protesta que explica por qué no puede pasar lo que pasa. Más bien reconduce al amor amenazado hasta su mismo origen: "el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él" (1 Jn 4, 17).
Allí donde los hombres sufren porque aman, Dios sufre con ellos y ellos sufren en Dios. En el hecho de que este Dios ha sufrido la muerte de Jesús y ha hecho visible en ella la fuerza de su amor, allí encuentran los hombres la fuerza para permanecer en el amor, a pesar del dolor y de la muerte, sin volverse amargados o superficiales. Conquistan la fuerza para mantener la tristeza sin permitir que los muertos caigan en el olvido. Todo esto significa que el que entra en el amor y a través del amor experimenta la mortandad de la muerte, ése ha entrado en la "historia de Dios". Y a la inversa: quien conoce la historia del Dios trino en la cruz de Cristo, ese puede convivir con los horrores de la historia y, a pesar de ellos, perseverar en el amor. En medio de la total mundanidad de la vida, en la que sufre con los demás y se mancha con los demás, está viviendo en Dios…
Muy atinadamente escribe Hegel en el prólogo a la Fenomenología del Espíritu: "La vida del Espíritu no es la vida que se aterra ante la muerte y se preserva de la
desolación, sino la vida que la soporta y se mantiene en medio de ella".
Teólogo JÜRGEN MOLTMANN
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