Dame, Señor, la
sencillez de espíritu,
la del alma dormida
en su silencio,
abierta a todo con
grandes ojos niños.
No quiero ya mi voz.
Ni mi palabra llena.
Me aburre estar
conmigo, tan atento,
seguro de una luz sin
Ti perdida.
Así impotente, sólo,
casa hueca,
va a colmarse tu voz
de resonancias
familiarmente puras y
serenas.
Dame, Señor, el
abandono firme
ante el futuro ignoto
y tu aventura
soñada tantas veces
en secreto.
Estoy contigo. Piensa
cuanto quieras
para hacerme sufrir o
para verte.
Bien sé que lo
prepara tu ternura.
Hazme a diario un
pobre sorprendido
de cada hoja, de cada
mano abierta,
tendida a la penumbra
de mí mismo.
Viviré así este miedo
más alegre,
con un verbo, no más,
entre mis labios:
Saberte junto a mí,
Jesús… saberte.
Pedro Miguel Lamet
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