Vivir como Resucitados
«El primer día de la semana, María Magdalena
fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la piedra quitada
del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro
discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: - «Se han llevado del
sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Salieron Pedro y el otro
discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo
corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose,
vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de
él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le
hablan cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un
sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado
primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no hablan entendido la
Escritura: que él habla de resucitar de entre los muertos»
Jn 20,
1-9
Durante el tiempo de cuaresma hemos escuchado decir “¡Es un tiempo de preparación y conversión!”. Entonces nos disponíamos a reflexionar y tomar conciencia de nosotros mismos para poder conocer los pecados y defectos.
Se nos invitaba a la penitencia y el ayuno con el fin de poder disponer
el alma para la conversión. Y como buenos y obedientes cristianos nos privamos
de la carne pero comíamos “salmón con salsa roquefort”.
Es tan fácil mal interpretar nuestra fe, que a veces damos por cierto
cualquier tipo de prácticas, que de religiosas no tienen nada. Es tan penoso, encontrarse
con cristianos dispuestos a combatir por la fe, pero que son ignorantes. Es triste
escuchar a cristianos que viven con una culpa enorme por sus pecados y todo
ello por ignorancia religiosa. Si vivimos mal nuestra fe, enseñamos a vivirlo
mal. Creo que deberíamos dejar de hablar del pecado y del demonio y más del
amor y del servicio.
Hojeando el libro de Martín
Descalzo, “Razones para vivir” leí lo siguiente que quiero compartir con
ustedes, porque creo que nos puede ayudar a comprender profundamente el
espíritu de la pascua de resurrección.
«Cuando yo era muchacho oí
predicar muchas veces que el hombre debía convertirse y que para ello tenía que
“agere contra, trabajar contra sus propias tendencias, ir contra corriente de
su alma, cambiarse como un guante al que se da la vuelta. Así, si eras orgulloso e impetuoso, tenías que
volverte humilde y un poco apocado, si eras tímido, tenías que convertirte en
atrevido; si eras lento, en rápido, si nervioso, en tranquilo, si impulsivo, en
sereno. Yo pensaba: ¿Es posible que Dios se haya equivocado tanto al hacer a
los hombres? Si quería que el tímido fuera atrevido ¿por qué no empezó por ahí?
¿Es que a Dios le encanta ver a los hombres peleándose con su naturaleza?»
La verdad que la invitación a la resurrección puede convertirse en un
verdadero “calvario” si no sabemos comprender el sentido profundo de la pascua
de Jesús. ¿Por qué? Por que a veces entendemos la conversión o la resurrección
como un proceso de desnaturalización. Creemos que conquistar la vida, como lo
hizo Cristo, es luchar de por vida contra nosotros mismo. Bajo el cliché
de santificar la vida, iniciamos una batalla con nosotros mismos que nos lleva
a la tristeza y la desolación. Y esto ya lo advirtió Jesús, cuando dijo «Un
reino dividido internamente va a la ruina, una ciudad o casa dividida
internamente no se mantiene en pie» (Mt 12, 25).
Si no entendemos en qué consiste la VIDA NUEVA que Cristo
nos trajo con su resurrección, corremos el riesgo de no vivir como resucitados.
Martín Descalzo explica así la verdadera conversión que nos trae la
pascua;
«El ejemplo de San Pablo fue
claramente iluminador para mí. El apóstol de Tarso era un violento, un fariseo
militante y exacerbado, brioso como un caballo pura sangre, enamorado de la
lucha por lo que él creía el bien, tan peligroso como un león en celo.
Perseguía a los cristianos porque creía que era su deber y porque le salía de
los riñones. Y un día Dios le tiró del caballo y le explicó que toda esa
violencia era agua desbocada. Pero no le convirtió en un muchachito bueno,
dulce y pacífico. No le cambió el alma de fuego por otra de mantequilla. Su
amor a la ley se trasmutó en amor a otra Ley, a la que serviría en e l futuro
con el mismo apasionamiento con el que antes sirviera a la primera. Este es el
cambio que se espera de lo hombres; que luchemos por el espíritu como hasta
ahora hemos peleado por el poder; que nos empeñemos en ayudar a los demás como
hasta ahora nos empeñábamos en que todos nos sirvieran a nosotros. No que
apaguemos nuestros fuegos. No que le echemos agua al vino de nuestro espíritu,
sino que se convierta en un vino que conforte y no emborrache ».
Éste es el espíritu de la resurrección,
vivir en paz con uno mismo. Si sabes que eres egoísta, y te empecinas por
luchar contra tu egoísmo lo más probable es que te pases la vida tratando de no
ser egoísta, pero sin empezar a compartir. Si sabes que eres materialista y
vives luchando contra la compulsión de comprar y tener, lo más probable es que
termines resintiéndote, pero si por el contrario empiezas a tomar en serio tu
vida espiritual, es probable que pronto descubras que poca cosa era el dinero,
el poder y la imagen.
No luches contra ti mismo, vive en paz y no pierdas la alegría. Cultiva
aquello que puede convertirte en hombre nuevo, con las mismas ganas de vivir
que antes.
P. Javier Rojas sj
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