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«Tres aspectos de una conversión»

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39 En aquellos días, levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá;  40 entró en casa de Zacarías y saludó a Elisabet.  41 Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre, y Elisabet, llena del Espíritu Santo,  42 exclamó a gran voz: -- Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.  43 ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?,  44 porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.  45 Bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor.  46 Entonces María dijo: "Engrandece mi alma al Señor  47 y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador,  48 porque ha mirado la bajeza de su sierva, pues desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones,  49 porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso. ¡Santo es su nombre,...
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«La oración de María se revela en toda su fuerza cuando pone su pie y su vida en juego , en situaciones de conflicto y peligro inminente. Su prontitud para la entrega sin reservas ni elucubraciones, hablar de una oración valiente, disponible. El Espíritu de Dios conduce a María fiada sólo en Él como una pobre de Yahvé, a situaciones límites, sin dar paso atrás, aparcando las fuerzas propias no atenidas, audaz en el poder de Dios todopoderoso, que ha cubierto su vida entera con la frescura de su sombra desde el inicio. La oración de María no se reduce a sólo Dios y ella. Reproduce la belleza y entrega de Dios Trinidad, que se manifiesta dándose, regalándose, “perdiéndose” en el Hijo» (Miguel Márquez, El riesgo de la confianza. Cómo descubrir a Dio sin huir de mí mismo)
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Nuestra vocación es ser morada de Dios...
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Los místicos nos dicen que la creación es apta para llevarnos al conocimiento y contemplación de Dios. Lo contrario es igualmente verdadero: el conocimiento y la experiencia de Dios nos lleva a redescubrir la creación en todo su espesor, en todo su significado y en todo su encanto. P. Segundo Galilea