Si estimamos hablar de María nos faltarán las palabras apropiadas e incluso no podremos hacer una descripción que abarque
tanta belleza y tanta pequeña-grandeza. Podemos decir
de ella que fue y es la colaboradora incondicional de Jesús, la mediadora
de todas las gracias, y la Madre de Dios
y de cuanto humano (creyentes o no), que caminó y camina este mundo.
Su repuesta fue
siempre el servicio silencioso y generoso y su único deseo “que hagamos lo que nos dice su
Hijo”.
No hay Madre más humanamente perfecta. Con ese don
para aparecer en el momento indicado, cuando más nuestro espíritu la necesita. Ella
es cobijo y hogar, abrazo y discreción. Es, sin lugar a dudas, la co-redentora
con el Redentor.
La del corazón rebosante de amor…
Ninguno de nosotros cuando acudimos a ella, nos
sentimos defraudados, porque su protección y amparo siempre llegan…
San Ignacio le pedía a menudo a Santa María que “lo
pusiera junto a su Hijo”. Y, en sus ejercicios espirituales, cuando se refiere
a la resurrección de Jesús, Ignacio nos traslada a una escena que si bien no
aparece en ninguno de los cuatro evangelios, es coherente desde todo punto de
vista: la primera aparición de Jesús es a su Madre. [299]
Si Jesús se apareció a tantas personas luego de la
resurrección, ¿no era más que razonable desde la mirada del amor, que se llegara
hasta la casa de su Madre para abrazarla y consolarla?
Contemplemos esa escena con el corazón agradecido. Nos
inundará la alegría, la paz y la esperanza.
Que así sea.
@Ale Vallina
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