Corpus Christi: recordatorio del amor entregado.
El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?".
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo,
y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: '¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?'.
El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario".
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen, esto es mi Cuerpo".
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.
Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.
Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios".
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Marcos 14,12-16.22-26.
Desde el punto de vista litúrgico el tiempo pascual finalizó hace dos semanas, con la celebración de Pentecostés. Sin embargo, parece como que tanto la Solemnidad de la Santísima Trinidad como, sobre todo, la Solemnidad del Corpus quisieran prolongar, a modo de recordatorio, el espíritu de ese tiempo. No estaría nada mal que el llamado tiempo ordinario lo viviéramos desde las claves que nos dan ambas celebraciones: el Dios en el que creemos y la misión que se nos ha encomendado. Por otro lado, la solemnidad del Corpus nos recuerda el Jueves Santo, inicio del Triduo Pascual. Es interesante el juego que hace la liturgia al proponer los pasajes evangélicos de ambos días. El jueves santo, en el contexto de la densidad de la entrega de Jesús, como signo eucarístico se nos presenta el lavatorio de los pies. Eucaristía vinculada al servicio a y de la comunidad. El Corpus, sin embargo, se nos presenta el relato de la institución de la eucaristía. Para que no se nos olvide, a modo de recordatorio, este día se suele celebrar el “Día de la Caridad”. Tal vez alguien se pregunte, ¿y qué tiene que ver esto con las procesiones del Corpus? Todo, si atendemos a la historia de la Comunidad cristiana, que no nace con cada uno de nosotros, sino que cada uno de nosotros nos incorporamos a ella. Nada, si solo nos quedamos en las procesiones entendidas como mero folclore o reclamo turístico. Para cuando se instituyó la fiesta del Corpus Christi, en el siglo XIII, una nueva piedad eucarística se había extendido en la Iglesia europea: la contemplación del Santísimo Sacramento. La adoración de la presencia real de Cristo en el pan eucarístico constituía el centro de esa piedad. ¡Qué bueno que se siga celebrando solemnemente en muchos pueblos y que siga vivificando la fe de muchas personas creyentes! ¿Nos cuesta creer en la presencia real de Cristo en el pan y el vino? Pues es tan fácil, o tan difícil, como creer en su presencia en nuestro mundo o en la Iglesia. El evangelio del domingo pasado terminaba con estas palabras: “sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Promesa cumplida en Pentecostés. La Iglesia y nuestro mundo están habitados por el Espíritu del Nazareno, el Espíritu del Resucitado, el Espíritu Santo. ¿Nos lo creemos? ¿Me apoyo en mi fe o también en la fe de la Iglesia, a la que confesamos como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo? Todo signo es ambiguo. También lo fue la celebración del Corpus. Vehiculó una piedad poco cristiana: se adoraba al Santísimo, pero no se le comía (la invitación de Jesús es "Tomad y comed… Tomad y bebed”). De ahí el “mandamiento de la Iglesia” de comulgar por lo menos una vez al año, en Pascua florida. A pesar de haber pasado medio siglo desde la celebración del Concilio Vaticano II, ésta ha sido una praxis que se ha cumplido a rajatabla, sobre todo entre los varones, “comulgar una vez al año, en pascua”. Nada más. Tal vez habíamos presentado una religión para santos, perfectos, puros,… sin darnos cuenta de que necesitamos del alimento que nos proporciona Cristo precisamente porque no somos nada de todo eso. Son de agradecer las palabras del Papa Francisco, dichas este mismo jueves, en la celebración del Corpus: “la Eucaristía no es un premio para los buenos, sino la fuerza para los débiles; para los pecadores es el perdón, el viático que nos ayuda a andar, a caminar”. Corpus es el recordatorio del amor entregado. No está mal que adoremos a Jesús sacramentado en el sagrario. Otros meditan mirando a una pared. No está mal que celebremos la Eucaristía en el templo, sobre todo si es expresión de la fe personal vivida en comunidad. Pero no se nos tiene que olvidar que el cuerpo y la sangre de Jesús son “Cuerpo compartido” y “Sangre derramada”. La adoración de Cristo sacramentado en el sagrario nos ha de llevar a la adoración del hermano en la vida. Culto y vida tienen que estar íntimamente relacionados: servicio a Dios y servicio al hermano. Ojalá seamos capaces de descubrir el rostro del Señor en la presencia real de la eucaristía y en la presencia real del “sacramento del hermano”. Es un día muy adecuado para recordar las palabras de san Juan Crisóstomo: “Y no pensemos que basta para nuestra salvación presentar al altar un cáliz de oro y de pedrería después de haber despojado a viudas y huérfanos… ¿Queréis de verdad honrar el cuerpo de Cristo? No consistáis que esté desnudo. No le honréis aquí con vestidos de seda y fuera le dejéis perecer de frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo, y con su palabra afirmó nuestra fe, ese mismo dijo también: Me visteis hambriento y no me disteis de comer… El sacramento no necesita preciosos manteles, sino un alma pura; los pobres, sin embargo, sí requieren mucho cuidado. Aprendamos, pues, a honrar a Cristo como él quiere ser honrado”.
P. Miguel Ángel Ipiña
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo,
y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: '¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?'.
El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario".
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen, esto es mi Cuerpo".
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.
Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.
Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios".
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Marcos 14,12-16.22-26.
Desde el punto de vista litúrgico el tiempo pascual finalizó hace dos semanas, con la celebración de Pentecostés. Sin embargo, parece como que tanto la Solemnidad de la Santísima Trinidad como, sobre todo, la Solemnidad del Corpus quisieran prolongar, a modo de recordatorio, el espíritu de ese tiempo. No estaría nada mal que el llamado tiempo ordinario lo viviéramos desde las claves que nos dan ambas celebraciones: el Dios en el que creemos y la misión que se nos ha encomendado. Por otro lado, la solemnidad del Corpus nos recuerda el Jueves Santo, inicio del Triduo Pascual. Es interesante el juego que hace la liturgia al proponer los pasajes evangélicos de ambos días. El jueves santo, en el contexto de la densidad de la entrega de Jesús, como signo eucarístico se nos presenta el lavatorio de los pies. Eucaristía vinculada al servicio a y de la comunidad. El Corpus, sin embargo, se nos presenta el relato de la institución de la eucaristía. Para que no se nos olvide, a modo de recordatorio, este día se suele celebrar el “Día de la Caridad”. Tal vez alguien se pregunte, ¿y qué tiene que ver esto con las procesiones del Corpus? Todo, si atendemos a la historia de la Comunidad cristiana, que no nace con cada uno de nosotros, sino que cada uno de nosotros nos incorporamos a ella. Nada, si solo nos quedamos en las procesiones entendidas como mero folclore o reclamo turístico. Para cuando se instituyó la fiesta del Corpus Christi, en el siglo XIII, una nueva piedad eucarística se había extendido en la Iglesia europea: la contemplación del Santísimo Sacramento. La adoración de la presencia real de Cristo en el pan eucarístico constituía el centro de esa piedad. ¡Qué bueno que se siga celebrando solemnemente en muchos pueblos y que siga vivificando la fe de muchas personas creyentes! ¿Nos cuesta creer en la presencia real de Cristo en el pan y el vino? Pues es tan fácil, o tan difícil, como creer en su presencia en nuestro mundo o en la Iglesia. El evangelio del domingo pasado terminaba con estas palabras: “sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Promesa cumplida en Pentecostés. La Iglesia y nuestro mundo están habitados por el Espíritu del Nazareno, el Espíritu del Resucitado, el Espíritu Santo. ¿Nos lo creemos? ¿Me apoyo en mi fe o también en la fe de la Iglesia, a la que confesamos como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo? Todo signo es ambiguo. También lo fue la celebración del Corpus. Vehiculó una piedad poco cristiana: se adoraba al Santísimo, pero no se le comía (la invitación de Jesús es "Tomad y comed… Tomad y bebed”). De ahí el “mandamiento de la Iglesia” de comulgar por lo menos una vez al año, en Pascua florida. A pesar de haber pasado medio siglo desde la celebración del Concilio Vaticano II, ésta ha sido una praxis que se ha cumplido a rajatabla, sobre todo entre los varones, “comulgar una vez al año, en pascua”. Nada más. Tal vez habíamos presentado una religión para santos, perfectos, puros,… sin darnos cuenta de que necesitamos del alimento que nos proporciona Cristo precisamente porque no somos nada de todo eso. Son de agradecer las palabras del Papa Francisco, dichas este mismo jueves, en la celebración del Corpus: “la Eucaristía no es un premio para los buenos, sino la fuerza para los débiles; para los pecadores es el perdón, el viático que nos ayuda a andar, a caminar”. Corpus es el recordatorio del amor entregado. No está mal que adoremos a Jesús sacramentado en el sagrario. Otros meditan mirando a una pared. No está mal que celebremos la Eucaristía en el templo, sobre todo si es expresión de la fe personal vivida en comunidad. Pero no se nos tiene que olvidar que el cuerpo y la sangre de Jesús son “Cuerpo compartido” y “Sangre derramada”. La adoración de Cristo sacramentado en el sagrario nos ha de llevar a la adoración del hermano en la vida. Culto y vida tienen que estar íntimamente relacionados: servicio a Dios y servicio al hermano. Ojalá seamos capaces de descubrir el rostro del Señor en la presencia real de la eucaristía y en la presencia real del “sacramento del hermano”. Es un día muy adecuado para recordar las palabras de san Juan Crisóstomo: “Y no pensemos que basta para nuestra salvación presentar al altar un cáliz de oro y de pedrería después de haber despojado a viudas y huérfanos… ¿Queréis de verdad honrar el cuerpo de Cristo? No consistáis que esté desnudo. No le honréis aquí con vestidos de seda y fuera le dejéis perecer de frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo, y con su palabra afirmó nuestra fe, ese mismo dijo también: Me visteis hambriento y no me disteis de comer… El sacramento no necesita preciosos manteles, sino un alma pura; los pobres, sin embargo, sí requieren mucho cuidado. Aprendamos, pues, a honrar a Cristo como él quiere ser honrado”.
P. Miguel Ángel Ipiña
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