«Las cruces que construimos»
«En aquel tiempo, Jesús dijo a
Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del
hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser
levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida
eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo
el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha
enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se
salve por Él».
Jn 3, 13-17
En
esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo
quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo
explicarte a ti mi soledad, cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo
explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.
Amén.
Es precioso comprobar que vamos
aprendiendo a compadecernos y acompañar el dolor y las cruces de los demás. Es
alentador darnos cuenta de que estamos cultivando una conciencia más solidaria
y comunitaria. Que nos arriesgamos a salir de nosotros mismos hacia el
encuentro del dolor ajeno para ayudar a sobrellevarlo o a disminuirlo en cuanto
nos sea posible.
Sin
embargo, ni hemos terminado de “fabricar cruces”, propias o ajenas, ni hemos
dejado de colgar en ellas a personas inocentes.
Habituados
a ver la cruz de los demás y a convertirnos en verdaderos y generosos
“Cireneos” no nos hemos detenido lo suficiente ante la cruz de Cristo. Ante
ella deberíamos reflexionar para darnos cuenta de si seguimos generando
cruces por doquier y condenando a personas a permanecer allí…
Gabriela
Mistral, en forma magnífica, nos sitúa ante la cruz para mirar al crucificado y
para mirarnos a nosotros mismos en Él. En la acción de ir y venir de Jesús a
nosotros y de nosotros a Él espera que nuestra consciencia despierte y que nuestro
espíritu se nutra de la gracia que desciende de allí.
Nos
hace contemplar nuestros pies cansados y ver los de Jesús destrozados. Nos
invita a mirar nuestras manos vacías para ver luego las suyas clavadas. Quiere
que tomemos conciencia de nuestras propia soledad para ver luego la soledad en
la que se encuentra Jesús. Nos desafía a que miremos nuestro corazón y su
capacidad de amar para que luego contemplemos el corazón rasgado del
crucificado. En definitiva, nos invita a contemplar sus dolencias para que se
acallen nuestros reclamos.
En la
cruz hay luz, claridad, revelación, toma de conciencia. Del crucificado
desciende una verdad que sólo es audible para quienes saben acallar su “boca
pedigüeña”.
Nuestras
maneras de proceder o de actuar, de hablar, y de relacionarnos con los
demás pueden condenar a personas inocentes a cargar con cruces difíciles de
sobrellevar.
No
basta con abrirnos a acoger el dolor ajeno, debemos dejar de fabricar
crucificados. Necesitamos darnos cuenta de que la solidaridad no significa
solamente atender y socorrer al pobre y desvalido, al que carece de lo
necesario, con espíritu evangélico, sino dejar de generar dolor y pobreza en
los demás.
Dolor y
pobreza las hay de todo tipo y para todas las clases sociales. Al igual que hay
solidaridad y caridad también para los que sólo tienen dinero… La avaricia de
los que más tienen es la responsable de generar más pobreza y dolor entre los
inocentes.
Cada
uno de nosotros es responsable, en el ámbito en el que vive, de cesar de
fabricar cruces y destinar a inocentes a subirse a ellas. Hemos de prestar más
atención a nuestra manera de proceder para darnos cuenta si el modo de vivir
que tenemos no está generando crucificados.
Al
contemplar a Jesús en la cruz nos damos cuenta del dolor que podemos generar en
los demás y cuán profundo es el amor que Dios nos tiene.
Si nos
detuviéramos más a menudo a contemplar la cruz para ver los brazos
abiertos y las manos y pies clavados de Jesús, comprenderíamos con mayor
profundidad cuánto necesita de nosotros para que el amor del Padre llegue a los
demás.
Dios no
envío a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve. Al
contemplar al crucificado tenemos que descubrir que el camino que nos conduce
al Padre no pasa por generar cruces para colgar de ellas a los hermanos,
sino de dejar de fabricarlas.
P. Javier
Rojas sj
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