«El Parecer y la verdad»


« 13 Al llegar Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: -- ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?  14 Ellos dijeron: -- Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas.  15 Él les preguntó: -- Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?  16 Respondiendo Simón Pedro, dijo: -- Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.  17 Entonces le respondió Jesús: -- Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.  18 Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no la dominarán.  19 Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos: todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos.  20 Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijeran que él era Jesús, el Cristo.».

                   Mt 16, 13-20

Días atrás en una de mis caminatas presencié una escena digna de reflexión. En esa ocasión me vi obligado a transitar lentamente casi una cuadra entera detrás de una pareja que iba discutiendo. Por lo que puede comprender se trataba de una de esas “peleas” de parejas que suelen acontecer a menudo debido a las percepciones distintas sobre una misma realidad. Por ejemplo, podemos escuchar que una mujer dice a su esposo: “¡Tu compañera de trabajo es muy provocativa!” cuando para él es una mujer “cariñosa y amable”. También podemos escuchar decir de una docente “¡Esta maestra no quiere a sus alumnos!”, cuando tal vez es  “muy exigente” con ellos. O por ejemplo, podemos decir que un sacerdote es muy serio, “seco”  y distante, cuando en realidad es extremadamente “tímido”. En fin, las percepciones son tan variadas, como distintos somos los seres humanos. En pocas palabras, que perciba algo “con mis propios ojos” no significa necesariamente que la interpretación que hago sea verdad.
En la discusión de esta pareja se escuchaba una y otra vez expresiones tales como: “¡Decime la verdad, es así como yo te estoy diciendo!”, “¡No me vas a negar, porque yo lo vi!”, “¡No me quieras engañar porque yo estuve ahí!, “¡Eso contáselo a otro, yo te conozco muy bien!”
En la carta a los Hebreos leemos «La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo». Esta expresión deja al descubierto que el mensaje de Dios puede “calar” tan hondo en el alma del ser humano que es capaz de transformarla por completo. El mensaje de Jesucristo ilumina nuestra vida cotidiana y nos permite acertar en el camino y corregir los errores.
En el evangelio de hoy escuchamos que Jesús hace dos preguntas a sus discípulos« ¿Quién dice la gente que soy yo? Y ¿Quién dicen ustedes que soy yo?» y podríamos preguntarnos… ¿Está Jesús pendiente de la opinión de los demás? ¿Está preocupado de su imagen?
Para Jesús era importante lo que sus discípulos opinaran. No porque estuviera preocupado por su imagen, sino para que accedieran a la verdad. Era importante para Jesús, que sus discípulos supieran superar las opiniones de los demás para encontrar la verdad. Jesús, no era un curandero o milagrero, Tampoco el regreso de alguno de los profetas. Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Por eso, al escuchar a Pedro reconocerlo como tal, lo felicita diciendo «tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia».
A veces para encontrar la verdad hay que dejar las opiniones personales de lado. Hay que “saber dudar” de lo que los “propios ojos ven o los oído oyen” para encontrar la verdad.
En muchas ocasiones me he encontrado con personas que quieren que uno les diga lo que quieren escuchar. No quieren reconocer la verdad, desean escuchar sus propios pensamientos pronunciados en boca de otro. Buscan escuchar lo que de antemano se han dicho a sí mismos independientemente de que ello sea verdad o no. Lamento mucho cuanto me encuentro con personas que se niegan a reconocer su propia verdad. Les cuesta horrores mirar sus equivocaciones o imperfecciones y por ello buscan desesperadamente a alguien que les diga lo que ellos quieren escuchar.
¡Qué difícil es mantener algo construido sobre la mentira! Hay personas que quieren escuchar decir sobre ellas que son “generosas o disponibles” cuando en realidad están hambrientas de poder y protagonismo. Hay quienes buscan ser calificadas como “espirituales o personas de oración” cuando la verdad es que alimentan sutilmente su ego ahora disfrazado de virtud.
La pregunta de Jesús por la identidad ¿Quién… soy? es tan honda y punzante que requiere valor y humildad para poder responder. Sólo quien se atreve a ver su propia verdad, sólo quien es capaz de dejar sus opiniones de lado para buscarlo, sólo quien renuncia a “tener siempre la razón” para buscar la verdad…será capaz de construir Iglesia. Cuando Jesús dice a Pedro «tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia» está afirmando que sólo sobre la verdad es posible edificar algo duradero. Una comunidad eclesial, una familia, una relación de pareja, sólo será duradera si se construye sobre la verdad.
En la discusión de aquella pareja no se buscaba la verdad, sino “tener la razón”. Buscaban escuchar, de los labios del otro, lo que sus pensamientos le decían por dentro.  Deseaban que la verdad se identificara con sus razonamientos. Sólo buscaban que la otra persona confirmara lo que de antemano ya se juzgó como verdad “¡Decime la verdad, es así como yo te estoy diciendo!”
Pidamos a Dios que tengamos la grandeza de corazón y de pensamiento para comprender que la verdad sobre nosotros mismos y la verdad sobre las cosas que acontecen no siempre coinciden con nuestros pensamientos. ¿Cómo saber si me he encontrado la verdad? Porque la verdad nos hace libres y la libertad es fruto de la verdad.
P. Javier  Rojas sj


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