Tú, Madre, has sido la que influiste más en tu Hijo.
Tú fuiste la única que comunicó al Verbo su cuerpo para ser
encarnado.
Tu mano, suave, llena de amor indecible, fue la que fue
formando
aquel hombre que había de llevar una vida de trabajador
humilde,
y que después de vivir pobremente la vida de vida de
apóstol,
se ofreció desnudo sobre el ara de un leño áspero, símbolo
de la ignominia.
Ayúdanos, Madre, y fórmanos como otro Jesús.
Tú eres la que puede hacerlo de un modo muy especial:
la mano de madre es insustituible:
no se ha inventado, ni el hombre podrá inventar jamás con
toda su técnica,
ningún sustitutivo para la mano y el corazón de Madre.
Te lo pido, Señora: “muestra que eres Madre”.
ponme con tu Hijo y mi hermano mayor, Jesús.
Pedro Arrupe
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