« El beneficio del miedo»
« Santiago y Juan, los dos hijos de Zebedeo, se
acercaron a Jesús, diciendo: ``Maestro, queremos que hagas por nosotros lo que
te pidamos." ``¿Qué quieren que haga por ustedes?" les
preguntó. Ellos Le dijeron: ``Concédenos que en Tu
gloria nos sentemos uno a Tu derecha y el otro a Tu izquierda." Jesús
les dijo: ``Ustedes no saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que Yo bebo, o
ser bautizados con el bautismo con que soy bautizado?" Le respondieron: ``Podemos." Y Jesús les
dijo: ``La copa que Yo bebo, beberán; y serán bautizados con el bautismo con
que Yo soy bautizado; ``pero el sentarse a Mi derecha o a Mi
izquierda, no es Mío el concederlo, sino que es para quienes ha sido
preparado." Al oír esto, los diez comenzaron a indignarse
contra Jacobo y Juan. Llamándolos junto a El, Jesús les dijo:
``Ustedes saben que los que son reconocidos como gobernantes de los Gentiles se
enseñorean de ellos, y que sus grandes ejercen autoridad sobre ellos. ``Pero
entre ustedes no es así, sino que cualquiera de ustedes que desee llegar a ser
grande será su servidor, y cualquiera de
ustedes que desee ser el primero será siervo de todos. ``Porque ni aun el Hijo
del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar Su vida en rescate
por muchos."»
Mc 10, 35-45
Hace tiempo vengo reflexionando acerca del miedo, tratando
de comprender su génesis, influencia y valor. En primer lugar hay que reconocer
que es un sentimiento que tiene muy mala prensa y que, además, hemos aprendido
a reaccionar frente a él de dos maneras diferentes: tratando de evitarlo o
intentando controlarlo.
Cuando pequeños nos “enseñaron” a tener miedo. Era una
manera práctica y sencilla de tenernos controlados, o al menos, alejados de los
peligros. ¡Todo era potencialmente peligroso!
Para algunos el
adoctrinamientos sobre el miedo tuvo lugar a fuerza de frases como ¡Cuidado, es
peligroso! o ¡No te acerques tanto!... Expresiones de este tipo gestaron
sospecha y desconfianza hacia los lugares y las personas. Nos enseñaron a tener
miedo a todo lo desconocido y aprendimos que ante la menor duda de peligro…
había que huir.
Las personas inseguras no tienen resuelta su relación con el
miedo.
Pero la educación sobre el miedo no termina ahí. Cuando ya
habíamos incorporado ese sentimiento en nosotros llegó la orden contraria. Con
mensajes como ¡No seas tonto no hay por qué tener miedo! o ¡No tengas miedo,
acércate! , o en el peor de los casos ¡Cobarde, no hay que sentir
miedo!...llegaba una nueva etapa en la relación con este sentimiento. Si antes
se nos incitó a tenerlo, ahora llegaba el momento de deshacernos de él.
Es así que, a partir de este doble discurso sobre la
relación con el miedo, desarrollamos dos reacciones distintas: ante el peligro
o la menor sospecha de ello, sabíamos como responder.
Muchos se preguntarán qué relación tiene el miedo con el
evangelio de hoy, y personalmente creo que nos puede ayudar a comprender la
actitud de Santiago y de Juan.
El miedo puede resultar muy beneficioso para la madurez
humana y el crecimiento espiritual si sabemos capitalizar su fuerza y energía.
Si aprendemos a descodificar su mensaje y a comprender su naturaleza podemos
convertirlo en un fiel aliado. ¿Y por qué, entonces, tenemos tendencia a
evitarlo?
En parte ya hemos respondido a esta pregunta, pero vale
agregar que este sentimiento resulta desagradable sobre todo cuando queremos
parecer seguros ante los demás. El miedo amenaza la imagen de seguridad que
queremos transmitir y en ocasiones resquebraja las decisiones tomadas. Pero
también es un sentimiento que despierta y activa los sentidos. Cuando se siente
miedo se agudiza la visión, los oídos son capaces de captar el menor ruido, el
olfato se vuelve más sensible, nuestro ritmo cardíaco se acelera y los músculos
se tensan. ¿Por qué? Porque nuestro organismo esta preparado para huir o
luchar.
Es lícito pensar que cuando Santiago y Juan se acercaron a
Jesús para pedirle que les permitiera sentarse uno a su derecha y otro a su
izquierda cuando llegara a su Reino, lo hicieran por ambición de poder o ansias
de protagonismo. Pero también es válido creer que lo hicieron por miedo.
¿Por qué miedo? Santiago y Juan sabían que las palabras y
las acciones de Jesús ponían incómodo a las autoridades políticas y a los
sacerdotes del templo. Ellos sabían muy bien como terminaron aquellos que
incomodaron al poder o quisieron introducir alguna reforma en la religión.
Conocían perfectamente cual fue el destino de los profetas.
Ellos tienen miedo y buscan seguridad. Desean seguir a Jesús
pero quieren por adelantado el premio que les espera. Desean aferrarse a algo
que les permita seguir avanzando. Frente al miedo son tentados de poner la
seguridad en algo distinto de la persona de Jesús.
Aquí es donde encontramos la belleza de la enseñanza del
Maestro. Jesús no accede a darles la seguridad de que se sentarán uno a su
derecha y otro a su izquierda, porque la seguridad debe estar puesta en las
palabras que les dirigió. En la persona de Jesús es donde tienen que depositar
toda su confianza. En Jesús deben sentirse seguros…
El miedo es beneficioso porque despierta la conciencia y nos
hace revisar dónde y en quién hemos puesto nuestra confianza.
Cuando Jesús dijo a sus discípulos “¡No tengan miedo!” no se
refería a que eliminaran de ellos ese sentimiento; sin que no dudaran de Aquél
en quien habían depositado su confianza.
El miedo activa la memoria y nos hace recordar donde se
encuentra la verdadera seguridad. Así
como el niño ante el temor se refugia en los brazos de su madre, pidamos a Dios
hoy que ante el miedo busquemos cobijarnos en Aquél en donde reposa y descansa
el corazón.
.
P. Javier Rojas sj
Comentarios