Alguien decía que la serenidad es entregarse incondicionalmente a lo inevitable. Pienso que allí radica el núcleo duro de la sabiduría: aprender a discriminar cuándo vale la pena o se justifica luchar y cuando no. Lo que para uno es vital, de entraña o de principio. Cuando la renuncia no cabe ni la aceptación funciona. Hay un reducto personal de dignidad que no estamos dispuestos a regalar porque es nuestra esencia. Pero a la vez: ¡peleamos por tantas estupideces! Si algo escapa definitivamente de mi control que la vida se encargue. La serenidad de lo incontrolable: nada puedo hacer, que Dios o la providencia decidan por mi. Sosiego y modestia adaptativa: la supervivencia del más sensible.
Walter Riso.
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