"Todos nosotros llevamos en nuestra constitución personal una franja de soledad en la que y por la que unos somos diferentes de otros. Nadie -excepto Dios- puede compartir ese peso. Y la pobre muchacha, solitariamente como adulta en la fe, salta por encima de todas las perplejidades y preguntas y, llena de paz, humildad y dulzura, confía y se entrega. "¡Hágase!" Está bien Padre mío. Sólo un profundo espíritu de abandono y una fe adulta nos librará del desconcierto y nos evitará ser quebrantados por el silencio. Antes de ser Señora nuestra, fue Señora de si misma." (Del Padre Ignacio Larrañaga, pensamientos sobre la Virgen María)